Los primeros
años del siglo pasado fueron de auge y modernización de la ciudad hasta que
llegó la crisis de 1929 y con ella años de turbulencia social, política y
económica, por cierto.
En la década del
40, Lima comienza a recibir las primeras migraciones y con ellas se extiende
hacia las zonas periféricas de entonces; Pamplona por el Sur y Comas así como
San Martín de Porres por el norte y por el este los cerros que circundan la
ciudad como el propio San Cristóbal, San Cosme y El Pino.
La gran
explosión demográfica había comenzado y con ella nuevas manifestaciones
culturales. El limeño dejó de ser ese personaje que hacía sus paseos
dominicales por el Jirón de La Unión o que vivía en la zona céntrica de la
ciudad.
Lima siguió
creciendo y ya en los 70s surge la comunidad autogestionaria de Villa El
Salvador; en los 80s, Huaycán y a fines de los 90s, Pachacútec como símbolos de
una serie de necesidades no satisfechas. Lo que se escuchaba en las radios
capitalinas no era “la realidad” que bullía en los llamados “conos”. El
transporte creció enormemente y una nueva cultura hizo su aparición bautizada
como “cultura chicha”.
La crisis de los
80s trajo consigo desorden y una necesidad de supervivencia al margen del
Estado en todos sus estamentos. La informalidad luego reconocida como un gran
esfuerzo de emprendimientos surge como respuesta a la falta de oportunidades en
la economía formal.
Gamarra, Polvos
Azules, el Parque Industrial de VES, Caquetá y San Juan de Lurigancho son unos
cuantos ejemplos que nos muestran los esfuerzos para vencer la crisis. Y con
ello diversas manifestaciones culturales; los locales de música en la Carretera
Central recién eran descubiertos por la Lima “oficial” y proveniente de esa
movida, años más tarde un hijo de quien hacía los letreros publicitarios de
esos conciertos musicales, hoy es reconocido por todos; me refiero al gran
Elliot Túpac, cuya fama ya ha traspasado las fronteras.
De igual forma
podemos decir de cómo irrumpen los antes llamados “cocineros” que se
transforman en “chefs” y con esa “explosión”, la quinua, las papas nativas, el
pisco, las frutas de la Amazonía y una serie de productos antes desconocidos
por la mayoría.
De hecho muchos
empleos desaparecieron con el pasar de los años y nuevas formas de empleo y
autoempleo han surgido. La tecnología está
al alcance de todos. Los teléfonos “inteligentes”, las tablets, las nuevas
formas de comunicarse a través de las redes sociales, una nueva “sociedad de la
información”, han cambiado al nuevo limeño.
La pobreza ha
retrocedido y una nueva clase media emerge con fuerza de nuevo. Los llamados "conos" antes eran sinónimo de pobreza; hoy son lugares emergentes que avanzan raudos. Actividades
como ir al teatro o los cinemas; comprar discos y libros “formales” han cobrado
presencia. Muchos peruanos que se fueron con la crisis en los 80s y 90s e
incluso extranjeros han venido ya no para visitar a sus familias sino para
quedarse.
Lima y los limeños han cambiado.Nadie lo duda.
Justo en estos
días una exposición fotográfica (“Lima mírame”) se viene llevando a cabo en Barranco.
En ella se muestra a los rostros de familias que a lo largo de estos años han
contribuido a cambiar el rostro de Lima. Sin embargo por qué no se exhibe
también en aquellos lugares donde se ha producido ese cambio. Ojalá que no sea
como una famosa artista “popular” argentina que decía que “cantaba a los pobres
del mundo” pero nunca cantó gratuitamente para ellos en nuestro país.
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